Se suele escribir una coma para marcar el lugar que queda cuando omitimos el verbo de una oración, por ejemplo:
(1) Tú, a la cama.
El ejemplo (1) es algo que se le podría decir, por ejemplo, a un niño. Lo que se sobrentiende aquí es, más o menos, lo siguiente:
(2) Tú te vas a la cama.
A veces, las estructuras que sufren este tipo de elisiones pueden ser algo más complejas. Fijémonos en esta otra:
(3) Yo soy estibador; mi hermano, poeta.
En (3) se ha eliminado el verbo ser en la segunda parte y por eso está ahí la coma. Este tipo de estructuras complejas suelen requerir el uso del punto y coma para marcar diferentes niveles, aunque de eso nos tendremos que ocupar en otro momento. Baste decir ahora que si en (3) ponemos una coma en lugar del punto y coma, todo queda al mismo nivel y resulta más complicado interpretar el enunciado.
Al principio del artículo he dicho que se suele utilizar esta coma para indicar la falta de un verbo. Lo he formulado así porque esta coma no es ni mucho menos obligatoria. Todo depende de la claridad y de la intención de quien escribe. En (1), claramente, no ocurriría nada si la quitáramos. En (3), en cambio, podemos poner a nuestro lector en apuros si prescindimos de ella. Haz la prueba y lo verás.
A veces, el uso de esta coma da lugar incluso a una puntuación innecesariamente pesada y recargada:
(4) A mí me gusta la lectura; a Marta, el boxeo; a Iñaki, el levantamiento de piedras, y a Arnold, el punto de cruz.
El ejemplo (4) se entiende igual de bien si lo puntuamos así:
(5) A mí me gusta la lectura, a Marta el boxeo, a Iñaki el levantamiento de piedras y a Arnold el punto de cruz.
Las dos posibilidades son correctas, pero la segunda es más simple y más ligera. Para cada caso concreto tendremos que sopesar si nuestro escrito gana algo marcando la elisión de los verbos con comas o si, por el contrario, nos podemos contentar con alternativas más sencillas.
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