Junto a Dostoievski y Tolstói, Antón Chéjov completa el grupo de los rusos imperdibles que conforman el paisaje de la literatura de aquel país.
Pensar en Chéjov remite a su labor como cuentista; considerado el maestro del relato corto, el ruso marcó un antes y un después en el género, esto le otorgaría un lugar dentro de los más importantes escritores de cuentos en la literatura universal.
Antón Chéjov fue, además, médico y dramaturgo; escribió más de una decena de obras de teatro, cuatro novelas, dos ensayos y un sinfín de relatos cortos. Sobre sus aportaciones se reconoce la valoración de los personajes sobre el argumento; su estilo fue su capacidad para decir lo necesario con ingeniosas palabras que eliminaban las tramas complejas para dar salida a “la voz de los personajes”.
El escritor es considerado el más destacado representante de la escuela realista en Rusia por apostar por nuevas formas narrativas que dejaban de lado la moral de las obras tradicionales.
El legado literario de Antón Chéjov sin duda lo ubica en la categoría de hombre culto. Su formación profesional y en las letras lo avalan como una voz reconocida en la cultura universal; él, entonces, tiene la sensibilidad para enumerar las características que hacen de un hombre una persona verdaderamente culta: no es el que sabe más y se ufana de ello; la persona culta es aquella que sabe que el conocimiento enaltece, distingue de los demás, pero no propicia estar por encima de los otros.
En 1886, el entonces joven Chéjov, de sólo 26 años, redactó una serie de consejos, en forma de misiva, a su hermano mayor cuando éste comenzó a ganar fama como pintor en Rusia. Nikolai, un artista naciente, se quejaba de la incomprensión del mundo para con él; Chéjov le escribiría: “La gente te entiende perfectamente bien. Si tú no te entiendes a ti mismo, no es culpa de ellos”.
La carta, fechada en Moscú, está formada por ocho características (consejos o cualidades) que distinguen a las personas cultas de los demás. El epítome del contenido es la sabiduría ligada a las buenas acciones que se derivan de poseer un mayor conocimiento, lo que hace al hombre una buena persona.
1. Respetan la personalidad humana y, por lo mismo, son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No hacen fila por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien a quien no consideran favorable y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
2. Tienen simpatía no sólo por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P. […], para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten, incluso, en pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No son proclives a balbucear ni obligan la confidencia impertinente de los otros. Por respeto a los oídos de otros, callan más frecuentemente de lo que hablan.
5. No se menosprecian por despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que los otros giman y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto de segunda mano” porque todo eso es perseguir un efecto simplón, es vulgar, rancio, falso…
6. No tiene vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas. […] Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos. […] Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad. […] Se sienten orgullosos de su talento. […] Además, son fastidiosos.
8. Desarrollan para sí la intuición estética. No pueden ir a dormir con la misma ropa, ven las grietas de las paredes llenas de insectos, respiran un mal aire, caminan en el piso recién escupido, cocinan sus alimentos sobre una estufa de aceite. Pretenden tanto como sea posible contener y ennoblecer el instinto sexual. […] Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama. […] No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, la capacidad de la maternidad. […]. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no huelen los armarios porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasión […]. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano [“mente sana en cuerpo sano”].
Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de Fausto. […]
Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, voluntad. […] Cada hora es preciosa para ti. […] Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
¡Es tiempo!
Te espero… Todos nosotros te esperamos.
* Probablemente “Palmin”, un poeta menor de la época [N. del T.]** Probablemente Iván Krylov (1769-1844), fabulista, poeta y dramaturgo ruso.
Fuente: politicaysociedad.tumblr.com
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