sábado, 19 de febrero de 2011
El sueño de JRJ
JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
BABELIA - 19-02-2011
La periódica aparición de textos inéditos de Juan Ramón Jiménez ha pasado a convertirse en una peculiar costumbre que favorece de algún modo la evaluación general de la poesía española contemporánea. Nada más acorde con la insaciable, vehemente voluntad creadora del poeta que ese cómputo consecutivamente acrecentado de su "Obra". Es lo que viene a refrendar de nuevo este Arte menor (Ediciones Linteo), preparado y editado por José Antonio Expósito Hernández con puntual solvencia crítica. El libro puede considerarse en puridad inédito, al menos nunca fue publicado como tal volumen independiente, y en él se reúnen 142 poemas breves, de los que 43 se publican ahora por primera vez, con lo que la edición adquiere un manifiesto rango de primicia. Sin duda que este nuevo incremento del caudal poético juanramoniano corrobora una vez más lo consabido: esa dedicación sacral, ese obstinado, exaltado, incesante trabajo creador que hizo posible que sigan sumándose -todavía- nuevas aportaciones al poco menos que abrumador registro de poemas que van de Rimas (1902) a Espacio (1954), dando por preteridos -como arbitró el autor- Ninfeas y Almas de violeta (1900).
Dentro de esa laberíntica red de ríos y afluentes que suele agobiar a los investigadores de la poesía juanramoniana, la presente edición también reclama por eso la gratitud. Resultan de veras meritorios los esfuerzos llevados a cabo por esa media docena de expertos en Juan Ramón Jiménez, entre los que José Antonio Expósito Hernández ocupa un lugar eminente, para normalizar tan extraordinario corpus poético, siempre sujeto a ordenaciones y reordenaciones consecutivamente sometidas a nuevos planteamientos parciales o generales. "¡Qué lucha, en mí, entre lo completo y lo perfecto!". Resulta también de lo más llamativo que un poeta que afirmó, con singular pedagogía estética, que "escribir poesía es aprender a llegar a no escribirla", se dedicara con excluyente avidez a una elaboración tan sistemáticamente inabarcable de su "Obra".
Arte menor, datado en 1909, se sitúa cronológicamente en el ámbito inicial de la obra poética de Juan Ramón Jiménez, allí donde se acentúa un lirismo de claro linaje popular, como desglosado de algún cancionero anónimo andaluz, oriundo en sus mejores momentos de cierto modernismo aún contaminado de seducciones románticas. Dentro de los mismos nutrientes sentimentales que comparecen, por ejemplo, en Las hojas verdes (1906) o Baladas de primavera (1907), Arte menor prolonga una idéntica estrategia retórica, pero también anuncia ocasionalmente ese designio poético esencial que va a ir acrecentando su potencia reflexiva a partir de Diario de un poeta recién casado (1916). A medio camino entre la canción de cuño tradicional y una depurada interiorización de la naturaleza, Arte menor se integra en una de las más canónicas fases de la poesía de Juan Ramón, que también fue, con toda probabilidad, la que más notoriamente afectó a los modales neopopularistas del 27, en particular a los de Lorca y Alberti. Junto a canciones de sencilla tonalidad descriptiva, no faltan lo que podrían ser atisbos, perfiles aún inciertos de esa conciencia de penetración en lo absoluto que regula la más visionaria ruta poética de Juan Ramón. Todavía estaba lejos lo que constituye su normativa magistral: la subordinación del pensamiento lógico a la intuición iluminadora. En todo caso, lo que más abundan aquí son las composiciones de común aire popular, tan livianas a veces que dudo que su autor las hubiese salvado de un escrutinio de pocos años después. Siempre se tiene la sospecha de que los textos -los "borradores silvestres"- que por una u otra razón permanecieron inéditos se debe a que su autor no deseaba verlos publicados.
José Antonio Expósito Hernández, avezado especialista en la obra juanramoniana, ha indagado en aquellos archivos documentales que mejor podían acreditar que este libro alcanzara la condición de impecable. Y, en efecto, la estructura de la presente versión de Arte menor coincide rigurosamente con la que su autor previó, de acuerdo con los borradores ahora desempolvados. La fijación de los textos y la enumeración minuciosa de variantes, así como los apéndices de documentos, álbumes y notas, enriquecen de manera notable la edición, que mantiene las cinco secciones en que dividió el propio Juan Ramón el libro y figuran en distintas antologías, esto es: 1: Cancioncillas, 2: El jardinero sentimental, 3: Quinta cuerda, 4: Música en la sombra y 5: Los rincones plácidos. Entiendo que la más completa edición de este libro publicada con anterioridad a la que ahora comento es la de Francisco Garfias (Libros inéditos de poesía, 1, Aguilar, 1964). He cotejado ambas ediciones y las diferencias son notorias, no sólo por la ordenación general de los textos -algunos de dudosa pertenencia a Arte menor- sino por el número de poemas incluidos, que en el caso de Garfias son justamente 59, esto es, 83 menos, contando con los inéditos, que los reunidos por Expósito Hernández.
La lectura -o relectura- de este libro nos devuelve a un tramo de la poesía de Juan Ramón que acaso pudo quedar un poco desvanecido por el poderoso aparejo intelectual que determina la plenitud "ética-estética" de Animal de fondo, Dios deseado y deseante y En el otro costado, donde figura Espacio, uno de los grandes poemas de las literaturas europeas medioseculares. Nada de eso debe restringir, sin embargo, el placer del reencuentro con unas canciones y romances donde se articula un modelo lírico de exacerbada delicadeza, de espontánea desnudez, conectado con ese "idealismo krausista" a que se refiere sagazmente Expósito Hernández en su 'Introducción' y que el propio Juan Ramón no tardó en dar por extinguido. En esas composiciones de "arte menor" hay versos muy hábiles -muy sutiles- de sólo una, dos o tres sílabas, aunque a veces se ensanchen hasta el eneasílabo o el endecasílabo, una peculiaridad que, según dictamina el poeta en la nota que encabeza el libro, "no creo que rompan con su rápida aparición el ritmo fugitivo y entrecortado de una cancioncilla". Yo creo que incluso lo mejoran.
Juan Ramón Jiménez fue elaborando las canciones de Arte menor a su regreso a Moguer, hacia 1905, después de haber superado en parte la hiperestesia tras su paso por sendos sanatorios de Burdeos y Madrid. Tenía entonces 25, 26 años. El retorno a aquellos escenarios nativos que nunca dejarían de alojarse en su memoria estimula en el poeta el gusto por las identificaciones campesinas. Es el mundo expresivo, aunque con otros ecos, que se afianza en Pastorales (1905), en Poemas mágicos y dolientes (1908), y es también la manifestación de una sensibilidad, por momentos quejumbrosa, superpoblada de vagos registros melancólicos, de jardines y penumbras, lunas y fuentes. La experiencia del poeta se centra de modo absorbente en ese recuento de la intimidad cotidiana de Moguer, valiéndose para ello de una decidida vinculación con los reflujos de los cancioneros populares.
Considero de lo más significativo el hecho de que Arte menor esté dedicado "a la memoria permanente de don Luis de Góngora y Argote, único ético estético de nuestro pasado, señor y dueño de las Piérides". En las fechas en que se escribió este libro -primeros ocho o nueve años del siglo XX- los poemas mayores de Góngora aún continuaban siendo vituperados por la crítica literaria al uso, con Menéndez Pelayo erigido en el más virulento denostador del "ángel de las tinieblas". Juan Ramón se anticipa en este sentido a la rehabilitación del autor de las Soledades promovida por Dámaso Alonso y secundada por los restantes poetas del 27. Que veinte años antes de ese rescate se pronunciara el autor de Arte menor reafirmando su devoción por Góngora, es desde luego un episodio ciertamente revelador. Supone al menos una evidencia más de la perseverante asimilación de las avanzadas estéticas que trasmitió Juan Ramón Jiménez al contínuum de su poesía.
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