Final del Acto tercero
[...] CARMINA, HIJA.– ¡Fernando! Ya ves… Ya ves que no puede ser.
FERNANDO, HIJO.– ¡Sí puede ser! No te dejes vencer por su sordidez. ¿Qué puede haber de común entre ellos y nosotros? ¡Nada! Ellos son viejos y torpes. No comprenden… Yo lucharé para vencer. Lucharé por ti y por mí. Pero tienes que ayudarme, Carmina. Tienes que confiar en mí y en nuestro cariño.
CARMINA, HIJA.– ¡No podré!
FERNANDO, HIJO.– Podrás. Podrás… porque yo te lo pido. Tenemos que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer por la vida. Han pasado treinta años subiendo y bajando esta escalera… Haciéndose cada día más mezquinos y más vulgares. Pero nosotros no nos dejaremos vencer por este ambiente. ¡No! Porque nos marcharemos de aquí. Nos apoyaremos el uno en el otro. Me ayudarás a subir, a dejar para siempre esta casa miserable, estas broncas constantes, estas estrecheces. Me ayudarás, ¿verdad? Dime que sí, por favor. ¡Dímelo!
CARMINA, HIJA.– ¡Te necesito, Fernando! ¡No me dejes!
FERNANDO, HIJO.– ¡Pequeña! (Quedan un momento abrazados. Después, él la lleva al primer escalón y la sienta junto a la pared, sentándose a su lado. Se cogen las manos y se miran arrobados). Carmina, voy a empezar enseguida a trabajar por ti. ¡Tengo muchos proyectos! (Carmina, la madre, sale de su casa con expresión inquieta y los divisa, entre disgustada y angustiada. Ellos no se dan cuenta).
CARMINA, HIJA.– ¡Fernando!
(Fernando, el padre, que sube la escalera, se detiene, estupefacto, al entrar en escena).
FERNANDO, HIJO.– Sí, Carmina. Aquí solo hay brutalidad e incomprensión para nosotros. Escúchame. Si tu cariño no me falta, emprenderé muchas cosas. Primero me haré aparejador. ¡No es difícil! En unos años me haré un buen aparejador. Ganaré mucho dinero y me solicitarán en todas las empresas constructoras. Para entonces ya estaremos casados… Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio…, lejos de aquí. Pero no dejaré de estudiar por eso. ¡No, no, Carmina! Entonces me haré ingeniero. Seré el mejor ingeniero del país y tú serás mi adorada mujercita…
CARMINA, HIJA.– ¡Fernando! ¡Qué felicidad!… ¡Qué felicidad!
FERNANDO, HIJO.– ¡Carmina!
(Se contemplan extasiados, próximos a besarse. Los padres se miran y vuelven a observarlos. Se miran de nuevo, largamente. Sus miradas, cargadas de una infinita melancolía, se cruzan sobre el hueco de la escalera sin rozar el grupo ilusionado de los hijos.)
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El final no es el final que nos han mostrado. El teatro es algo más que palabras; los silencios son ecos del alma humana. Leed, aunque sólo sea, la acotación final. [Buero Vallejo, maestro entre maestros.] ¿Quiénes son los protagonistas de la escena los hijos, que repiten la misma historia que sus padres, o los padres, a quienes no escuchamos, pero se dejan oír?
ResponderEliminarQué otro final le pondrías?
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