“En la Academia hay quienes
consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias”
a) Mayúsculas y minúsculas. En
realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada, ya que, a mi parecer,
pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho, de
cada escribiente–. Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y
todo creyente optará por “Dios”, por poner un ejemplo extremo. Según la RAE , supongo, habría que
escribirlo en toda ocasión con minúscula, ya que ha decidido que todos los
nombres que sean comunes (“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así
obligatoriamente aunque formen parte de lo que para muchos hablantes funciona
como nombre propio. Así, “islas Malvinas”, “papa Benedicto”, “mar Mediterráneo”
o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un rey concreto, omitiéndole
el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir
esta norma, porque considero que algunos títulos y nombres geográficos
funcionan como nombres propios y topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando
en España decimos “el Rey” –y dado que sólo hay uno en cada momento–,
utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo a lo que
casi nadie recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un
nombre propio en sí mismo, equivalente a “República Democrática Alemana”, que
era el oficial del territorio también conocido como Alemania Oriental o del
Este. Según las últimas normas, deduzco que nos tocaría escribir “la república
democrática alemana”, con lo cual no sabríamos bien si se habla de un país o de
qué. Si yo leo “el golfo de México”, ignoro si se trata de una porción de mar o
de un golferas mexicano –tal vez del golferas por antonomasia, ¿acaso
Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así
llamado o del heredero a la corona británica.
b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se
escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese
sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado
que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo
creí que la x se escribía “equix”, aunque todos
digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías
como “zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o “eczema”. Y, desde luego, no
creo que se oponga a que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo,
así pues, por qué “zeta” pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya
algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas, y en español
son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas.
c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados
–“qatarí”– se escriban con c. El origen de esa peculiar grafía
–aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la recomendación de
arabistas, que distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por
eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe “Qatar”, pese a que nosotros
percibamos el fonema en cuestión de una sola manera. La representación gráfica
de las palabras –eso lo sabe cualquier poeta– tiene un poder evocativo y
sugestivo que las nuevas normas desdeñan. Si yo leo “Qatar”, en seguida se me
sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en cambio, lo primero que me
viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser
consecuente, la RAE
tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o quizá “Al
Caida” o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves
problemas para encontrar información sobre esa organización terrorista,
desconocida en el resto del mundo, y de la que lamentablemente hoy se habla a
diario.
d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese
prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se escriba “exmarido”, etc. Sin
embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas que empiezan por
“ex” sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de nuestro
idioma puede verse en dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo
en sí mismo o si “exacerbación” o “execración” se componen de dicho prefijo y
de las inexistentes “acerbación” y “ecración”.
e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”,
que la RAE
propone, son tan irreconocibles como lo fue “güisqui” en su día (fea y además
mal transcrita, como si escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es
directamente una horterada, siento decirlo.
En la Academia hay quienes
consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias. Puede
ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar sobre
ellas y aplicarles nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no
veo por qué no debamos hacerlo quienes estamos en desacuerdo con sus modificaciones.
Termino reiterando lo que ya dije hace una semana: mis modestas objeciones no
me impiden reconocer el gran trabajo que, en su conjunto, supone la nueva Ortografía, obra admirable en muchos sentidos.
Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar lo que quizá ya estaba bien,
desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco menos
elegante y menos clara.
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