Hay un qué interrogativo (1) o exclamativo (2) que se escribe con tilde diacrítica:
(1) ¿Qué mano oculta había urdido la horrible conspiración? [Juan Goytisolo: Paisajes después de la batalla]
(2) ¡Qué cosas se te ocurren, Tula! [Miguel de Unamuno: La tía Tula]
Podemos encontrarlo también precedido de preposición:
(3) Cariño, ¿por qué dejaste el psicoanalista? [Elvira Lindo: Tinto de verano]
(4) ¿Y para qué quería oxígeno, si estamos en el campo? [Juan José Alonso Millán: Pasarse de la raya]
(5) ¡De qué manera tan difícil hemos llegado a vivir juntos veinticinco años! [Ana Diosdado: Trescientos veintiuno, trescientos veintidós]
Este qué acentuado también aparece en oraciones interrogativas (6, 7) y exclamativas (8) indirectas:
(6) Y no sabemos qué es lo que quieren [Alejandro Dolina: El ángel gris]
(7) Se preguntaba con qué podría comerciar él para obtener a cambio un poco de la libertad que nadie le ofrecía [Belén Gopegui: Lo real]
(8) Hay que ver qué buen gusto tiene esta chica… [María Manuela Reina: Alta seducción]
Al igual que ocurre con otras palabras con valor interrogativo, se puede sustantivar anteponiéndole un determinante (9). Mantiene entonces su acento ortográfico. Como muestra el ejemplo (10), también algunas de las secuencias con preposición admiten este cambio de categoría:
(9) Más decidir sobre el qué, que pretender monopolizar el quién y el cómo [Joan Subirats, "Sociedad en cambio",La Vanguardia, 2-6-1995]
(10) [...] si por alma entendemos eso que siempre ha estado ahí sin que nosotros sepamos ni el porqué ni el para qué [Daniel Leyva: Una piñata llena de memoria]
La tilde de los ejemplos anteriores sirve para diferenciar los usos interrogativos y exclamativos frente a dos homógrafos átonos: el relativo que (11) y la conjunción que (12):
(11) Nunca te he hablado de estos ataques que sufro desde pequeño [Juan José Millás: Dos mujeres en Praga]
(12) Decidió que se despediría de ellos en cuanto le resultasen más favorables las circunstancias [Jesús Torbado: El peregrino]
Hay un uso del que átono en el que tropiezan muchas personas al escribir: a menudo aparece encabezando un enunciado interrogativo o exclamativo sin ser él mismo ni lo uno ni lo otro. Es lo que sucede en (13) y (14):
(13) ¿Que te has dejado las llaves en casa?
(14) ¡Que se me quema la comida!
Es muy frecuente que aquí se deslice una tilde que sobra. En el caso de las interrogativas, al menos, podemos echar mano de un truco que nos puede sacar de apuros. Si un supuesto interlocutor puede contestar a esa pregunta con unsí o un no, entonces el que en cuestión no lleva tilde:
(15) —¿Que te has dejado las llaves en casa? —Sí, me las he dejado
Esto tiene su lógica. Las oraciones interrogativas pueden ser totales o parciales. Las totales ponen en cuestión la oración en su totalidad y se contestan con sí o no. Es un todo o nada. Las parciales, en cambio, preguntan solo por una parte de lo dicho. Esa parte es, precisamente, la que se sustituye con el pronombre interrogativo qué, o sea, con el que lleva tilde.
A veces nos toparemos con pares de oraciones que, aunque sintácticamente son muy diferentes, en apariencia son iguales y en las que la presencia o ausencia de tilde puede dar lugar a contrastes de significado:
(16) No tengo qué comer
(17) No tengo que comer
La oración (16) significa ‘carezco de alimento’, mientras que la (17) se interpreta como ‘no debo comer’ o ‘no me conviene’.
El problema básico que plantea esta tilde diacrítica es que para desenvolverse entre toda la maraña de casos particulares son necesarios unos conocimientos de gramática que nos permitan afinar al milímetro en lo tocante a funciones y categorías. Por si fuera poco, se trata de funciones y categorías donde se dan la mano lo abstracto y lo complejo. Cada cual puede aventurarse con el análisis gramatical hasta donde le parezca seguro, pero donde dejemos de hacer pie no nos quedará más remedio que aferrarnos al oído como tabla de salvación. Las formas con tilde son tónicas, mientras que las contrapartidas sin acento ortográfico son átonas. Así, ejemplos como (13) y (14) deberían ser fáciles de resolver si nos percatamos de que se pronuncian como sigue:
(18) ¿keteás dejádo lasllábes enkása?
(19) ¡kesemekéma lakomída!
Compárese lo anterior con (20) y (21):
(20) ¿ké teás dejádo? ¿lasllábes?
(21) ¡ké rríka está lakomída!
Análogamente, el contraste de significado de (16) y (17) se resuelve así en la pronunciación:
(22) nó téngo ké komér (‘carezco de comida’)
(23) nó téngo kekomér (‘no debo comer’)
En fin, con lo expuesto hasta aquí no he hecho sino tocar de pasada los puntos principales del uso de qué y que. Cualquiera que tenga la paciencia de estudiarse la prolija exposición que contiene la Ortografía de la lengua española de 2010 se convencerá de ello. Y todavía nos queda hablar de quién, cómo, cuál, (a)dónde, cuándo, cuánto y cuán. Pero todo se andará.
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