Gregory Peck con los niños Mary Badham y Phillip Alford, en la versión cinematográfica de Matar un ruiseñor.
"Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura del brazo a la altura del codo. (…) Yo sostengo que Ewell fue la causa primera de todo ello, pero Jem, cuatro años mayor que yo, decía que aquello había empezado mucho antes, durante el verano que Dill vino a vernos, cuando él nos hizo concebir por primera vez la idea de hacer salir a Boo Radley. (…)
Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb para ejercer su profesión (…) Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas del condado que murieron en la horca. Atticus les había pedido que aceptasen la benevolencia del estado, que les conmutaría la pena si se declaraban culpables de un homicidio en segundo grado. (…)
Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí también era una población fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojizo; la hierba crecía en las aceras, y el edificio del juzgado parecía que iba a desplomarse sobre la plaza. En verano hacía mucho calor: los perros sufrían durante el día y las flacas mulas enganchadas a los carros espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tiesura. Las damas se bañaban antes del mediodía y después de la siesta de las tres, pero al atardecer estaban como blancos pastelillos recubiertos de sudor y talcos.
La gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, sólo a sí mismo”.
Es la cautivadora voz de Jean Louise Finch, Scout, que evoca un episodio crucial en su vida y en la de su pueblo de Alabama, a través del cual se ve a todo Estados Unidos, en Matar a un ruiseñor. Son los sombríos años treinta y dos pequeños hermanos huérfanos de madre viven con su padre, Atticus Finch, en algo parecido a un apacible paraíso con sus alegrías, peleas y miedos en el vecindario donde hay una misteriosa casa; hasta que llega a pasar las vacaciones otro niño, Dill, y serán los tres quienes descubrirán la realidad del mundo del que forman parte, cuando, enfrentados a sus propios temores y aventuras, Atticus decide defender a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Los niños conocerán, entonces, la verdadera cara de su país, de su sociedad y la familia zurcida de prejuicios, especialmente los aciales que lo alteran todo porque los negros carecen, entre otras cosas, de respaldo judicial.
A través de la vida de los dos hermanos, luego de la desconfianza ante la llegada otro niño al vecindario, de alguien desconocido, luego el tanteo de amistad entre ellos y su posterior acercamiento y a partir de ahí las aventuras donde se cruzan la infancia y la vida adulta, Harper Lee (Alabama, Estados Unidos, 1926) escribió su única y maravillosa novela: Matar a un ruiseñor.Una historia narrada desde la sencillez que guarda la gran literatura esparcida de emotividad, enseñanza, frescura y humor a través de unas voces infantiles ingenuas y verosímiles donde aboga por la igualdad, la convivencia, el respeto y el aprecio a las personas; todo ello con un manejo del ambiente donde las horas parecen tomarse su tiempo mientras los hechos aceleran la vida. Este es el verano literario que les propongo visitar hoy y comentar...
Harper Lee, que obtuvo el premio Pulitzer en 1961, escribió Matar a un ruiseñor inspirada en un acontecimiento real que conmovió a la sociedad de su país en 1931, y que cuenta en la voz de la niña, Scout que un pasaje de la novela dice…
“Cuando yo estaba a punto de cumplir seis años y Jem se acercaba a los diez, nuestras fronteras infranqueables durante el verano (es decir, al alcance de la voz de Calpurnia) eran la casa de la señora Henry Lafayette Dubose, dos puertas al norte de la nuestra, y la Mansión Radley, tres puertas hacia el sur. Jamás sentimos la tentación de traspasarlas. La Mansión Radley la habitaba un ente desconocido, la mera descripción del cual nos hacía portar bien durante días. La señora Dubose era el mismísimo demonio.
Aquel verano vino Dill”.
Aquel verano vino Dill”.
Y ese Dill no es otro que la encarnación del escritor Truman Capote, de quien Harper Lee fue amiga desde la infancia en Alabama, sur de Estados Unidos. Y con la llegada de Dill, en la novela, los tres niños conquistarán más mundo, ampliarán sus fronteras desde la curiosidad, el temor, el riesgo, la valentía y la aventura. Mientras tanto Atticus, el padre, esa especie de héroe que confronta al lector con su forma de actuar y su ética también los inicia en el mundo real con su caso de defensa al hombre negro y con momentos hogareños como este:
“Jem- dijo- ¿eres el responsable de esto?
- Sí, señor.
- ¿Por qué lo has hecho?
Jem respondió en voz baja:
- Ella ha dicho que defendías a negros y canallas.
- ¿Lo has hecho porque ella dijo eso?
Los labios de Jem se movieron, pero su “sí, señor” resultó inaudible.
- Hijo, no dudo que tus contemporáneos te molesten mucho a causa de que yo defienda a los nigros, como vosotros decís, pero hacerle una cosa así a una dama anciana no tiene excusa. Te aconsejo que vayas a presentarle tus disculpas. Después regresa a casa. (…)
- Scout –dijo mi padre-, cuando llegue el verano tendrás que conservar la calma ante cosas mucho peores… No es justo para ti y para Jem, lo sé, pero a veces hay que tomar las cosas del mejor modo posible, y saber comportarse cuando están en juego las apuestas… Bien, todo lo que puedo decirte es que cuando tú y Jem seáis mayores, quizá recordaréis esta época con cierta compasión y con la certeza de que no os traicioné. Este caso, el de Tom Robinson, es algo que atañe a la esencia misma de la conciencia de un hombre… Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si me negase a ayudar a ese hombre.
- Pero es posible que te equivoques…
- ¿Por qué lo dices?
- Muchos creen que tienen razón ellos y que tú te equivocas.
- Tienen derecho a creerlo, ciertamente, y tienen derecho a que se respeten sus opiniones –contestó Atticus-, pero para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno. (…)”.
La novela con sus dos historias, la de los niños y la casa misteriosa y la de la defensa de Atticus avanzan y se entrecruzan formando una sola vida. Donde los días y los hechos se suceden…
“La Mansión Radley había dejado de asustarme. En los días serenos continuábamos viendo a Natham Radley yendo y viniendo del centro; sabíamos que Boo continuaba en casa, por la misma razón de siempre: nadie lo había visto todavía salir. A veces sentía una punzada de remordimiento al pasar por delante de la vieja mansión, por haber tomado parte alguna vez en cosas que hubieron podido significar un vivo tormento para Arthur Radley… ¿Qué recluso razonable quiere que unos niños le espíen por la ventana, le envíen noticias de saludo con una caña de pescar y ronden por su huerto de noche?. (…)
- Sí, señor.
- ¿Por qué lo has hecho?
Jem respondió en voz baja:
- Ella ha dicho que defendías a negros y canallas.
- ¿Lo has hecho porque ella dijo eso?
Los labios de Jem se movieron, pero su “sí, señor” resultó inaudible.
- Hijo, no dudo que tus contemporáneos te molesten mucho a causa de que yo defienda a los nigros, como vosotros decís, pero hacerle una cosa así a una dama anciana no tiene excusa. Te aconsejo que vayas a presentarle tus disculpas. Después regresa a casa. (…)
- Scout –dijo mi padre-, cuando llegue el verano tendrás que conservar la calma ante cosas mucho peores… No es justo para ti y para Jem, lo sé, pero a veces hay que tomar las cosas del mejor modo posible, y saber comportarse cuando están en juego las apuestas… Bien, todo lo que puedo decirte es que cuando tú y Jem seáis mayores, quizá recordaréis esta época con cierta compasión y con la certeza de que no os traicioné. Este caso, el de Tom Robinson, es algo que atañe a la esencia misma de la conciencia de un hombre… Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si me negase a ayudar a ese hombre.
- Pero es posible que te equivoques…
- ¿Por qué lo dices?
- Muchos creen que tienen razón ellos y que tú te equivocas.
- Tienen derecho a creerlo, ciertamente, y tienen derecho a que se respeten sus opiniones –contestó Atticus-, pero para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno. (…)”.
La novela con sus dos historias, la de los niños y la casa misteriosa y la de la defensa de Atticus avanzan y se entrecruzan formando una sola vida. Donde los días y los hechos se suceden…
“La Mansión Radley había dejado de asustarme. En los días serenos continuábamos viendo a Natham Radley yendo y viniendo del centro; sabíamos que Boo continuaba en casa, por la misma razón de siempre: nadie lo había visto todavía salir. A veces sentía una punzada de remordimiento al pasar por delante de la vieja mansión, por haber tomado parte alguna vez en cosas que hubieron podido significar un vivo tormento para Arthur Radley… ¿Qué recluso razonable quiere que unos niños le espíen por la ventana, le envíen noticias de saludo con una caña de pescar y ronden por su huerto de noche?. (…)
Nos habían ocurrido tantas cosas que Boo Radley era el menor de nuestros miedos. Atticus aseguraba que no veía que pudiese ocurrir nada más, que las cosas tenían la virtud de reencauzarse por sí mismas, y que cuando hubiera pasado tiempo suficiente la gente olvidaría que un día habían dedicado su atención a Tom Robinson.
Quizá Atticus tenía razón, pero los acontecimientos del verano continuaban suspendidos sobre nosotros como el humo en un cuarto cerrado”.
Un año después de su publicación en 1960, Matar a un ruiseñor obtuvo el Pulitzer y en 1962 fue llevada al cine de manera espléndida por Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck. Este es el Verano literario a donde los invito a viajar hoy, a un clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. ¿Qué les parece el libro y la manera como la autora mostró la vida real a los tres niños? ¿Y Atticus, qué harían ustedes en su lugar?
* Matar a un ruiseñor. Herper Lee. Traducción de Baldomero Porta (Ediciones Zeta Bolsillo)
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