domingo, 29 de julio de 2012

"Las desconocidas novelas de Azorín" por José María Pozuelo Yvancos


Azorín, pilar del 98 y autor ligado a ABC, hoy solo brilla en el ensayo y la literatura de viajes. Pero sus novelas certifican el vanguardismo de quien supo moverse en la metaficción

Día 23/07/2012 - ABC Cultural
No se ha portado demasiado bien la Historia de la Literatura Española con la obra de José Martínez Ruiz, el escritor que desde 1904 eligió el seudónimo de Azorín, apellido del protagonista de sus primeras novelas. Paradójicamente, esa afirmación coincide con su reconocimiento general como uno de los autores señeros de la Generación del 98, de la que es piedra angular. Pero la formulo por el hecho de que su celebración como ensayista y autor de libros de viaje coincide con la ocultación casi total de su labor como novelista, a la que entregó nada menos que dieciséis títulos, reeditados ahora con cuidado y rigor sobresaliente porMiguel Ángel Lozano Marco en dos volúmenes de la Biblioteca Castro.
El Azorín novelista es muy poco leído en la actualidad. El éxito de Castilla Los pueblos, así como su actividad de ensayista literario, fundamentador, junto a Menéndez Pidal yOrtega y Gasset, de la mejor tradición de ideas literarias españolas de la primera mitad del siglo, no han corrido parejos al de narrador de ficciones. Y esa disfunción provoca otra: se le tiene por un autor tradicional que ostenta una imagen conservadora. Justo lo contrario de lo que fue como novelista.
En esa faceta, se situó en la vanguardia de una renovación del género en el que dio pasos bastante más radicales que los que dieran Valle-Inclán,Unamuno y Baroja. Pero Azorín no posee el aura rompedora del gallego y, como no se le lee realmente, vamos desgranando su figura tópicamente anquilosada en las esquinas recalcitrantes de los aburridos manuales que la gente estudia.

«Annus mirabilis»

Por tal razón, es importante esta iniciativa de la edición conjunta de todas sus novelas. Porque leyéndole completo se ve que es mucho más que el autor de la más conocida de ellas, La voluntad, publicada en el mítico 1902, annus mirabilis de la modernidad española en el que vieron la luz, junto a la de Azorín, Camino de perfección, de Baroja; Amor y pedagogía, de Unamuno, ySonata de otoño, de Valle-Inclán. Aquella novela de Azorín nació al calor de la filosofía de Schopenhauer. Las tituladas Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo, hermanas suyas, comparten protagonista.
Vista en conjunto, su obra narrativa ha construido el más sólido empeño de la modernidad novelística española, por lo menos en los tramos que van desde 1902, pasando por la publicación, entre 1915 y 1925, de la serie conocida como «Nuevas obras» –El licenciado Vidriera (Visto por Azorín)Don Juan y Doña Inés. Una historia de amor–, hasta la trilogía experimentalista que forman Félix Vargas,Superrealismo Pueblo, publicadas entre 1928 y 1930. Animo a leer seguidas esas novelas nacidas entre 1902 y 1930 para comprobar cuanto vengo diciendo de un autor rabiosamente moderno, muy iconoclasta, totalmente ajeno a la imagen que la foto fija de los manuales ha consolidado a su pesar.
¿Iconoclasta de qué? Del realismo. Mucho antes de que la polémica sobre el realismo volviera a nacer en la novela española de la mano de Juan Benet, la planteó Azorín, y curiosamente con parecidos argumentos. Para Azorín, la novela tendría su mejor recorrido presente y futuro si iba pareja, por una parte, con el pensamiento y con la mostración de la vida interior; y, por otra, si sabía conectar con igual ejercicio que el emprendido por las dos artes más vanguardistas de su tiempo: el cine y la pintura.

Paisajes del alma

Respecto al vínculo con el pensamiento, fue Azorín uno de los responsables, por su conexión conSchopenhauer y Nietzsche, de un escepticismo nihilista que se acogió muy bien a la fórmula del primero, según la cual el mundo coincidía con su representación y, por tanto, toda verdad resultaba pospuesta al valor de la conciencia. De ahí que casi todo lo que ocurre en las novelas de Azorín sea interior y se constituya como paisaje del alma. Pero no únicamente se rompía con el realismo en los términos de eso que Ortega, a propósito de su lectura de Proust, saludaría años después como el reino de la novela de clave psicológica, sino que en Azorín se postulaba explícitamente desde el convencimiento de que la imagen de la realidad ofrecida por el arte era mejor, más perfecta y completa que la realidad misma.
No es menor otro componente que no veo que hoy se le reconozca: pocos como Azorín han sido tan audaces en el territorio de la metaficción, no únicamente porque ponga a su personaje a hablar con el autor (en el famoso diálogo de Félix Vargas), sino porque, como ocurre en Superrealismopuede concebir toda la novela como una historia amorfa, hecha de retazos, que va ganando forma con su propia realización, muchas veces meramente reflexiva. Eso y la cercanía de sus novelas con el ensayo –considero un acierto de esta edición rescatar El licenciado Vidriera (Visto por Azorín) como novela– lo sitúan junto a los más modernos.
En cambio, la última etapa suya, la posterior a la guerra, resulta muy inferior. Aunque su diálogo con Ridruejo en El escritor (1941) mantenga todo el interés de una época salvaje y de supervivencia, nada sería ya igual que antes de un exilio parisino rápido y del que se sintió obligado a pagar un peaje excesivo.

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