La hiperonimia es la relación semántica que vincula a una determinada unidad léxica con otras de significado más específico por las que puede ser sustituida. Por ejemplo, el significado de embutido es más general que el de chorizo, salchichón, longaniza, sobrasada, butifarra, morcilla, etc. A estos términos más específicos se los denomina hipónimos. Entre el hiperónimo y el hipónimo se da una relación jerárquica de inclusión en la que el primero constituye el término superordinado o general y el segundo, el subordinado o específico. Todo esto se ve más claramente con un ejemplo.
En (1) y (2) se comprueba cómo el hiperónimo embutido admite la sustitución por sus hipónimos en un contexto:
(1) Se quedó embriagado por el aroma a embutido
(2) Se quedó embriagado por el aroma a {chorizo / salchichón / longaniza / sobrasada / butifarra / morcilla…}
La sustitución de arriba es posible porque la noción de ‘embutido’ va dentro de la idea de ‘longaniza’ o ‘salchichón’. Lo contrario, en cambio, no es cierto: el significado de embutido no incluye la idea de ‘longaniza’.
Los hiperónimos son de gran utilidad en lexicografía. Gran parte de las definiciones que encontramos en los diccionarios están basadas en ellos. Para definir el término específico se recurre al general, indicando acto seguido cuál es el elemento distintivo. Por ejemplo, el Diccionario de la lengua española define silla de la siguiente manera:
(3) Asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que solo cabe una persona.
Esta es, claramente, una definición hiperonímica. Para explicarnos lo que es una silla se recurre al término asiento y a continuación se añade lo que tiene de particular este tipo concreto de asiento. Si la definición está bien hecha, esos rasgos particulares nos permitirán distinguir la silla no solo de la idea general de asiento, sino también de otros tipos de asiento como el sofá o el banco. Si el lector siente curiosidad, puede comprobar cómo el diccionario citado recurre al mismo hiperónimo en la definición de estos dos últimos.
Desde el punto de vista de un análisis compositivo del significado, son fundamentales para comprender la relación de hiperonimia las nociones de intensión y extensión. La primera se refiere a la cantidad de rasgos semánticos que acumula un concepto, mientras que la segunda lo hace a la cantidad de realidades a las que les es aplicable un determinado concepto. Entre una y otra se da una relación inversa: a mayor intensión, menor extensión y viceversa. Ya hemos visto que ‘silla’ es ‘asiento’ y algo más. Su intensión es más rica y, en consecuencia, su extensión es menor. Lo mismo, pero a la inversa, vale para ‘asiento’. Es fácil comprobarlo: echando un vistazo a mi alrededor, en la habitación en la que estoy trabajando encuentro varios objetos a los que podríamos denominar asiento, pero solo algunos de ellos podrían ser llamados sillas. Nos topamos de nuevo con la noción de inclusión, pero esta vez a la inversa: el número de objetos ‘asiento’ incluye el de objetos ‘silla’, pero no al revés, es decir, la extensión del hiperónimo incluye la del hipónimo, mientras que la intensión del hipónimo incluye la del hiperónimo. La lingüística contemporánea, no obstante, tiende a desconfiar de este tipo de análisis y los va sustituyendo por otros más flexibles basados en prototipos o modelos para los que podemos encontrar representantes más típicos o menos típicos (por ejemplo, una silla con tres patas ¿deja de ser una silla? ¿Y una silla gigante en la que caben dos adultos?).
La hiperonimia es una relación direccional y jerárquica. En esto se diferencia de otras relaciones semánticas como la sinonimia y la antonimia. Se aproxima por este lado, en cambio, al tipo de relación que mantiene el holónimo con sus merónimos o, lo que es lo mismo, la relación de parte-todo que se da entre términos como cuerpo y brazo.
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