La Residencia de Estudiantes edita un álbum-biografía sobre el genial, aunque siempre en un segundo plano, editor, impresor, cineasta y crítico literario
ROCÍO HUERTA Madrid 7 JUN 2012 - El País
De izquierda a derecha, Víctor María Cortezo, Blanca Pelegrín, Luis Cernuda, María del Carmen García Lasgoity, Manuel Altolaguirre y María del Carmen Antón en los días del estreno de Mariana Pineda, de Federico García Lorca, verano de 1937. WALTER REUTER / BNE |
En el siglo XX ha habido muchos poetas-impresores. En España Juan Ramón Jiménez, Bergamín, Max Aub, pero sobre todo, Manuel Altolaguirre. Probablemente el más desconocido de la Generación del 27, en su no demasiado longeva vida (falleció a los 54 años en un accidente de tráfico cuando regresaba del Festival de Cine de San Sebastián, en 1959), fue además de poeta, editor, impresor, dramaturgo durante la Guerra Civil, crítico literario y cineasta (guionista y productor). La Residencia de Estudiantes publica ahora una retrospectiva de su obra y legado en formato de álbum de fotos acompañado por una completísima biografía a cargo del profesor James Valender.
Posiblemente, apunta Valender, esta multiplicidad de oficios que le ocupaban y su inmensa labor editorial haya ido en detrimento de su reconocimiento como poeta, “por otra parte él se quitaba importancia a sí mismo, es un ejemplo de humildad y de generosidad, ya que se encargó de la impresión y edición de las obras de sus contemporáneos”. Cernuda decía que era un poeta injustamente poco valorado, y Jorge Guillén declaró que, de todos los del 27, Altolaguirre es el que tiene una mayor biografía. Juan Manuel Bonet coincide con Valender en que ser impresor sí que le perjudicó: “En España no se soporta que alguien haga bien más de una actividad”, sentencia el crítico.
El volumen dedicado a Altolaguirre, el cuarto de la colección, es un viaje por el arte y el mundo de la imprenta, la revista literaria, la Residencia de Estudiantes, la Guerra en el exilio en México y Cuba, los veranos con Salvador Dalí y Gala y un mosaico de los fotogramas de Subida al cielo, que co-dirigió con Buñuel, y que capta los valores más plásticos y visuales de la película. El álbum es el fruto de siete años de trabajo, puesto que la recopilación de las fotografías ha requerido una importante labor de investigación. La mayoría de ellas proceden del archivo personal de Paloma Altolaguirre, hija del poeta, que vive en México, pero también se ha aprovechado el legado que había en la Residencia. “Un equipo de investigadores de la institución se ha dedicado a buscar archivos y materiales, sobre todo en España y también en México y Cuba. Aunque yo haya escrito el texto", explica Valender, "siento que este es un libro de equipo, porque he visto desde dentro la labor de muchas personas para homenajear a este editor desinteresado que gastó tanto tiempo en editar obra ajena”.
A pesar de ser un experto en la Generación del 27, y tener un profundo conocimiento de la vida y obra del poeta malagueño, a Valender sigue sorprendiéndole por los aspectos más personales del editor: “Hay un extraño ritmo en la vida de Altolaguirre. Salinas lo llamó el don Juan de las imprentas. Era una persona impulsiva, con mucho entusiasmo, pero también muy sensible a las presiones del momento”, explica el biógrafo refiriéndose a unas fotografías inéditas del poeta repartiendo propaganda republicana. Como los de su generación, Altolaguirre se sentía muy republicano y siempre se sintió comprometido de sobremanera con el momento sociopolítico. “Fotos como estas, que siempre están invitando a reconsiderar lugares comunes, recuerdan que Altolaguirre era una especie de ángel que vivía en las nubes… Pero a la hora de la guerra tuvo una postura muy clara”.
Su obra maestra, que es su primer poemario, Las islas invitadas, justifica el talento del autor. Juan Manuel Bonet considera que solo “por su limpieza twenties, por su felicidad de expresión en esta obra que describe sus playas geométricas con insectos y fragatas, ya habría que leer a Altolaguirre”. Pero hay muchas más razones para seguir leyendo a este “poeta de gran pureza, y también de gran hondura”, tan considerado por algunos y un poco olvidado por muchos al que, sostiene Bonet, le pudo perjudicar el ser simpático, “ese Manolito Altolaguirre, peyorativo para algunos”.
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